PENSANDO Y LEYENDO LATINOAMÉRICA; MEMORIA DE UNA
CITA INCONCLUSA
Autor: Juan Baltra, escrito en Osorno febrero
2014.-
Para presentar un libro normalmente basta
con haber leído el texto y tal vez un par de cosas más del autor, sin embargo,
ser afortunado en además conocer en la vida cotidiana a quien los escribió es
un tema aparte. El hablar desde aquí se hace más fuerte y comprometido pues los
hilos que fueron tejidos los poemas fueron sacados del ovillo de Jacqueline.
Toda hebra entonces es una punta que ya sé donde termina.
Partamos entonces haciendo el ejercicio de
reconocer el desde dónde se consolida este escrito y desde dónde conecta con el
tema central de este encuentro “Leyendo y pensando Latinoamérica”.
Ahora, sigamos con la metáfora del ovillo de lana.
Todos somos, en esencia, pequeños o grandes ovillos de lana:
Monocromos y multicolores; suaves y ásperos; finos
y toscos; extensos y cortos; peinaditos o frontalmente enredados.
Sin embargo convengamos que hay algo común a todos
los ovillos: La lana de la que estamos hechos no es sino nuestra propia
capacidad de tomar elementos del entorno, lavarlos, hilarlos y guardarlos en
nuestra vida. Así tenemos que algunos tomarán lana de oveja merino premium para
sacar lana fina y suave, otros preferirán el picor amable de la alpaca, y otros
definitivamente irán por la frescura vegetal del algodón. Aquí, es un tema de
gusto así como de disponibilidad. Si cada uno analiza su ovillo encontrará que
a lo largo de nuestra vida estamos llenos de distintos tipos de elementos
tomados de nuestro entorno y que “quiérase o no” nos componen, nos hilan, nos
muestran y nos individualizan: No existen dos ovillos de lana iguales, porque
cada uno compone el propio con retazos de largos distintos dependiendo de lo
que a cada uno le ha tocado vivir, habrá entonces momentos ásperos, suaves,
finos, gruesos, finos, toscos, peinados o enredados.
(Acordemos en este momento que cuando hablo de
lana, hablo de hilo, de sedas, de pita y de estambre, hablando en genérico: de
un hilado)
Seríamos, entonces, innumerables lanas de
distintos tipos alrededor del huso de nuestra alma. La lana la da la vida, y
cada uno es el encargado individual de enrollarla a nuestro alrededor de la
mejor manera posible.
Ahora bien, ¿por qué la analogía de la lana?,
bueno los invito a ensoñar.
¿Qué es lo que usamos para tapar nuestras
desnudeces?, bueno… lana, hilos y yéndonos a lo concreto: tejidos hechos de
estas lanas.
La lana es un elemento que la vida nos entrega y
nos hace hilar, pero que al mismo tiempo es el elemento que usamos para
cubrirnos de la inclemencia de la vida cotidiana, de su clima variable, incluso
de elementos que puedan herirnos o rasgarnos. Entonces cuando la vida te da
lana gruesa, áspera y calurosa, no entenderás su uso mientras vivas en días
soleados; pero cuando se te venga la ventisca, la lluvia y la helada, dirás qué
suerte que la vida me dio de esa lana. Asimismo cuando la vida te da fina seda
no es para usarla en temporales, sino en el tibio lecho donde no existe nada de
lo que necesitemos defendernos.
Entonces de este ovillo que vamos hilando existe
un poder, y me detengo aquí, que ES ABSOLUTAMENTE PERSONAL, la necesidad de
tejer con lana propia tejidos para otros.
A ver, lo normal es que con nuestra propia lana
nos hagamos nuestros trajes, nuestras máscaras, nuestros envoltorios para pasar
por esta vida, pero a lo que voy, es que cuando uno se decide a tomar esta lana
propia y tejer algo para otro: ESO ES UN REGALO, eso es una entrega, eso es una
forma de definir ARTE, de lo mío construyo algo para que tú te cubras de este
mundo de una manera hermosa.
En este caso, Jackie, ha tomado parte de su lana y
nos ha tejido estos hermosos libros.
Son tramas distintas, unas apretadas y abrigadoras
como “Mis Primeros Años”, otras son más complejas como “Una bruja emplumada en
el Tzolkin”, y otras definitivamente sagradas como “Conjuros”. En “Memoria de
una cita inconclusa” se hace un huso nuevo para estas lanas. Se destejen partes
de cada uno de estos tejidos para hilar uno nuevo. La trama lograda así es
nueva, se logra un nuevo tejido más colorido y multicolor, aparecen historias
hasta entonces invisibles, esas historias hechas de retazos.
Y ¿Qué es nuestra cultura latinoamericana sino una
gran manta tejida de millones de retazos?, así como pueblos existieron antes de
la invasión española existen retazos de esta historia que es Latinoamérica.
Retazos de historia que exudan tristeza, exudan
injusticia, exudan necesidad de ser. Pero por otro lado exudan una belleza
interior y una alegría del estar que terminan “marmoleando” la oscuridad, no de
una manera pareja, no una media luz, no una filigrana; sino un alboroto de líneas
claras en fondo oscuro, como un poncho de lonko, como una pechera sioux, o una
orejera Inca. Nada más alejado de la flemática y sosa capa gris inglesa.
Somos entonces parte de esta Latinoamérica que
dibuja las flores en un fondo oscuro, los que le encuentran el significado a
algo y luego lo hacemos evidente, lo regalamos, lo entregamos en la búsqueda
última de volver a ser un pueblo con identidad. No ahondaré en si esta lucha se
está ganando o perdiendo, cada uno tendrá su manera de ver el asunto, sin embargo
si me quiero detener en la belleza de esto.
Por donde se quiera ver, la literatura
latinoamericana ha sido pródiga en autores preocupados de tomar este gran tema
regional: El rescate de una memoria inconclusa, y una manera de hacer esto es a
través del “traer a lo escrito” hechos ocultos u olvidados. La nueva
historiografía a partir de los escritos de Eduardo Galeano, plantean el tema
desde la rememoración de tradiciones que se han perdido en el tiempo y de poner
en evidencia (lo que nadie quiere ver) la extrema brutalidad y violencia de la
invasión española. Sin embargo, este ejercicio de “traer a lo escrito” no sólo
cae dentro del ámbito de la reivindicación de un pasado, sino también en el ser
un escriba, un relator, un contador de historias que permiten mantener “dentro
de lo dicho” temas que en caso contrario caerían “dentro de lo no dicho” lo que
finalmente termina indefectiblemente en el olvido.
Este es el rol de la escritora en este libro: Ser
una constatadora, una persona capaz de “traer a lo escrito” una experiencia
desde el ser mujer, desde el ser mujer en Latinoamérica, desde el ser mujer en
Latinoamérica y en Chile que es un país machista, desde el ser mujer en
Latinoamérica y en Chile que es un país machista y donde las tradiciones son borradas
día a día por la nueva invasión cultural norteamericana de buenos y malos,
plasticidad y desecho. Y desde allí ¿qué hacer?, bueno, desde allí tomar lana
del ovillo personal y tejer historias de lo que la vida regala para que otros
los tomen, se las prueben y si les quedan se vistan con ellas para terminar
reconfortados y llenos de la necesidad de hacer, ¿del hacer qué?, del “traer a
lo escrito”. Nada más triste que pasar la vida y que el único legado visible
sea una planilla Excel llena de números, un detalle de los pagos previsionales
y una cuenta en el banco. A eso nos ha llevado esta nueva forma de ver las
cosas, por eso creo necesario el estar aquí y compartir con ustedes mis
impresiones, ideas, presentar el libro, leer poesía, detener el tiempo un rato
para salir a este refugio social a tomar aires, a tomar ideas. Afuera se está
librando una batalla y nosotros sólo nos hemos detenido un momento a mirarnos
las caras y a ver quienes estamos en esto, cuántos somos, qué estamos pensando.
¿Qué piensa Jacqueline?, bueno me atrevería a
decir que ser una bruja es una necesidad y un derecho humano femenino; que si
no la dejan ser bruja mejor no la dejen ser nada, ¿para qué?, a ver, hace 500
años ya vinieron los españolitos falo en mano borrando todo vestigio de una
cosmovisión equilibrada entre lo masculino y femenino, hoy el deber ser
femenino es volver a confiar en la capacidad de leer los ciclos, así como hacer
aparecer la íntima relación que tiene la humanidad con la tierra, la madre
tierra o ñuke mapu. Y en esto caemos en ¿qué cosa es una bruja?, para mí
básicamente es una mujer, una mujer empoderada, conectada completamente con su
lado femenino, con su conexión ancestral, que trata de igual a igual al que se
ponga delante y que confía en su instinto, aunque no siempre lo siga (porque un
buen instinto nunca es a corto, sino a largo plazo).
Bueno y si buscamos las palabras correctas:
Sororidad es la palabra, las brujas-mujeres no son solas, son en grupo, en
aquelarre-hermandad, potenciándose, sabiendo ser contenedoras en una parte del
ciclo y dadoras en el otro; encontrándose bellas en cada etapa de la vida;
sabiendo que siempre hay un rol que tomar ante esta búsqueda de un nuevo
equilibrio.
Creo que por mi parte he terminado, sólo
convidarlos a leer este bello libro, registro del nacimiento, auge y
autoreconocimiento de esta bella bruja-mujer-poeta que nos ha dejado este
tejido multicolor lleno de historias y secretos.
Bellas son las mujeres, pero más bellas son las
mujeres que se saben brujas y que se unen y se tejen y son manta para la
humanidad, por ello digo: bellas mujeres del mundo ¡UNÍOS!
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