UNIVERSIDAD DE LOS LAGOS
DEPARTAMENTO DE
HUMANIDADES Y ARTE
PEDAGOGÍA EN LENGUA
CASTELLANA Y COMUNICACIONES
OSORNO
IDENTIDAD
DE GÉNERO Y TERRITORIO EN LA OBRA DE JACQUELINE LAGOS
TESINA PARA OPTAR AL TÍTULO DE PROFESOR EN EDUCACIÓN MEDIA, CON
MENCIÓN EN LENGUA CASTELLANA Y
COMUNICACIONES, Y AL GRADO ACADÉMICO DE LICENCIADO EN EDUCACIÓN
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Alumna Tesista: Srta. Virginia Elizabeth Moya Moya
Profesor
Patrocinante: Sra. Diana Kiss de Alejandro
Osorno, Diciembre de 2012
ÍNDICE
Para ambos sexos la vida es ardua, difícil, una lucha perpetua.
Requiere un coraje y una fuerza de gigante. Más que nada, viviendo como vivimos
de la ilusión, quizá lo más importante
para nosotros sea la confianza en nosotros mismos. Sin esta confianza somos
como bebés en la cuna. Y ¿cómo engendrar lo más de prisa posible esta cualidad
imponderable y no obstante tan valiosa? Pensando que los demás son inferiores a
nosotros. Creyendo que tenemos sobre la demás gente una superioridad innata, ya
sea la riqueza, el rango, una nariz recta o un retrato de un abuelo pintado por
Rommey, porque no tienen fin los patéticos recursos de la imaginación humana.
De ahí la enorme importancia que tiene para un patriarca, que debe conquistar,
que debe gobernar, el creer que un gran número de personas, la mitad de la
especie humana, son por naturaleza inferiores a él. Debe de ser, en realidad,
una de las fuentes más importantes de su poder.
Virginia Woolf, Una habitación propia
Si buscamos remitirnos al origen de las tradiciones, de
las normas que rigen nuestras vidas, difícilmente podremos encontrar una
respuesta concreta a la pregunta de quién diseñó las reglas a las que debemos
ceñirnos hoy en día, es poco probable encontrar un autor delimitado espacial y
temporalmente, pero de lo que no cabe duda es que la construcción de los
valores ancestrales ha sido y sigue siendo arquitectura masculina. Esta
situación no sólo entrega evidencias en las normas sociales de comportamiento
cotidiano, no es un mero hecho observable a simple vista, sino que se ha visto
reflejado en testimonios en diferentes áreas, las mujeres, como sujetos
directamente afectados por esta construcción dual del mundo, han representado
sus experiencias de vida paulatinamente a modo de expresión y de denuncia, por
ejemplo, a través del arte y la literatura. Es por ello que, al buscar huellas
de esta dominación, estructuras que nos den cuenta de esta construcción
segregada del mundo, se hace relevante el análisis literario de obras que
reflejen un proceso de denuncia de las inequidades que este sistema normativo y
cultural ha provocado en desmedro de la mujer. A partir de lo anterior, lo que
buscamos en el presente estudio es evidenciar de qué manera en el texto Memoria de una cita inconclusa, de
Jacqueline Lagos, se da cuenta, en primer lugar, de este sistema patriarcal de
normas impuestas en las diversas sociedades, en este caso enfocaremos el
estudio en el desarrollo de estas normas bajo la luz del concepto de
territorio, pues consideramos que al ser un espacio físico y simbólico, como
detallaremos, es allí donde se construyen y cimentan las relaciones sociales y
sus adecuados comportamientos. Por tanto, además de buscar las huellas de la
dominación patriarcal que confluyen en determinantes de la identidad de género,
buscaremos inferir de qué manera es posible construir esta identidad bajo los
parámetros culturales impuestos en cierto territorio.
Para estos efectos, se utilizará el método propuesto por
Elaine Showalter, quien plantea un nuevo análisis de la escritura femenina, ya
no en base a cánones literarios emanados de los regímenes patriarcales, tampoco
en torno a una crítica directa hacia las instituciones tradicionales, sino que
por el contrario propone dar cuenta de la existencia femenina en sí misma, de
las voces silenciadas y dominadas que han construido el sistema patriarcal que
muy bien conocemos. De esta forma, la preocupación central de este análisis
será la delimitación de los caracteres que se asocian a la mujer, a través de
la observación de los acontecimientos y actitudes que marcan el desarrollo de
la identidad de los personajes protagonistas femeninos de cada uno de los
textos.
El siguiente análisis se considera de relevancia social,
y de conveniencia práctica, en el sentido en que se constituye como una
herramienta más de denuncia de las injusticias a que se ha visto sometida la
mujer a lo largo de innumerables generaciones, por verse impelida a acatar
normas en las que no ha participado en su creación, de las que ni siquiera
puede aventurarse a juzgar. En cuanto a sus implicaciones prácticas, el
presente estudio se considera relevante al recomendar y demostrar un estilo de
análisis literario de la crítica feminista, que se considera es de vital
relevancia en la construcción de las nuevas voces de lucha del movimiento
feminista, pues no sólo se enfoca en la denuncia de injusticias, sino que se
encausa al cambio, a la búsqueda de nuevos valores que rijan el mundo femenino
por sí mismo, no necesariamente destruyendo lo existente, pero sí produciendo
un cambio real, una mejora visible en las condiciones en que la mujer pueda
llevar su vida por sí misma.
La temática de género e identidad es un tema con amplio
desarrollo investigativo, sobre todo en las últimas décadas, surgiendo,
principalmente, como respuesta a movimientos de liberación feminista y de las
minorías sexuales. A pesar de lo anterior, de la existencia de voces de
denuncia frente a lo que se consideran las injusticias aplicadas por el
patriarcado en años de sometimiento a la cultura femenina, no han existido
voces que realmente logren generar un cambio de mentalidad en las sociedades
contemporáneas, pues vemos que, a pesar de las manifestaciones existentes, la
cultura y sus valores continúan desarrollándose alrededor del falogocentrismo.
De acuerdo a lo anterior, surge la necesidad de
continuar manifestando y exponiendo las herramientas utilizadas por el
patriarcado para la dominación del género femenino, pues sólo de esta manera se
lograrán reivindicar los estereotipos de género existentes y las injusticias
procedentes de años de sometimiento y silenciamiento de un género que no exige
superioridad, sino simplemente igualdad. A través de la construcción de un
corpus de elementos que den cuenta de las herramientas utilizadas por el grupo
dominante- el género masculino- se podrá formular una pauta que indique los
caminos a seguir en la construcción de la reivindicación del género femenino.
Es por esto, que se ha seleccionado a la autora Jacqueline Lagos para el
presente análisis, pues se considera que su obra refleja estas voces
silenciadas de la mujer, refleja el desarrollo paulatino de las diversas caras
femeninas a lo largo de su proceso de crecimiento y formación, y la forma en
que su identidad individual y de género se ve truncada o influida de cierto
modo por las tradiciones impuestas por la sociedad que ha creado sus parámetros
culturales en torno a una visión masculina del mundo.
De esta forma, se desprende el objeto y los objetivos de
esta investigación, es así como se dará cuenta de los rasgos principales, en la
obra de Jacqueline Lagos, de la identidad de género femenina, en este caso, en
torno al concepto de territorio, que según se considera en este estudio, cumple
una función predominante no sólo en el desarrollo de los valores culturales que
configuran a los sujetos que viven en determinado espacio, sino que además es
un precedente en la formación de las identidades individuales de los sujetos,
dando cuenta, a través de un análisis literario, en este caso, de las
cosmovisiones o visiones de mundo que configuran este entorno.
El presente trabajo,
se centrará en el análisis de la identidad de género que se evidencia en el
corpus de textos seleccionados, incluyendo la noción de territorio, pues se
considera que es posible la búsqueda de la existencia de ciertas identidades de
género “locales”, es decir, que se construyen y fundamentan en torno a las
costumbres, características y tradiciones de una comunidad cimentada en un
espacio en común. En el caso de este análisis, el espacio que da lugar a la
investigación, es el sur de Chile, específicamente en la comuna de Osorno,
ciudad de nacimiento de la autora.
Para lograr localizar
la identidad de género que se desarrolla dentro del seno hogareño del sur de
Chile, se trabajará en el estudio de la antología Memoria de una cita inconclusa, de Jacqueline Lagos, que se detalla
a continuación como corpus de estudio, además de la enunciación de los
respectivos objetivos de trabajo que guiarán este análisis.
De acuerdo a lo planteado anteriormente, se relacionarán
en este estudio los conceptos de identidad de género y territorio, por lo que
la hipótesis de trabajo estará centrada en torno a la interrogante de si es
factible evidenciar una identidad de género vinculada en torno al territorio,
como eje configurador de los cánones tradicionales de valores y normas que
estructuran los límites en que puede desarrollarse la identidad de un sujeto en
determinado lugar; en este caso, por supuesto, nos hemos propuesto evidenciar
la identidad femenina que reflejan los personajes femeninos de la autora seleccionada.
Ahora, dentro de las preguntas que guiarán nuestra
investigación, debemos plantearnos, en primer lugar, ¿de qué manera el
territorio influye en la conformación de la identidad de género de un sujeto?
Para efectos de solucionar esa interrogante, debemos preguntarnos, a su vez, ¿cuáles
son los rasgos de identidad de género presentes en los textos seleccionados de
Jacqueline Lagos? ¿En torno a qué conceptos los personajes de los textos
seleccionados se identifican, en este caso, como mujeres? Una vez resueltas
estas interrogantes, podremos ver si nuestra hipótesis de investigación es
viable de comprobar, ya que al detectar los elementos que configuran las
identidades de cada género en el espacio de cada narración, podremos observar
las estructuras patriarcales subyacentes que delimitan dichos aspectos.
-
Identificar y
analizar, desde la visión de la crítica feminista propuesta por Elaine Showalter,
la identidad de género desarrollada en torno al territorio como elemento
configurador de ésta, en la obra de Jacqueline Lagos.
-
Identificar cómo se
configura la identidad de género presente en la obra de Jacqueline Lagos.
-
Evaluar los rasgos
culturales del territorio que confluyen en la formación de la identidad de
género.
-
Evidenciar las
relaciones entre los rasgos culturales del territorio de cada texto y la
formación de las identidades femeninas localizadas en el análisis.
El objeto central de análisis de este
trabajo se centra en la recopilación de las obras publicadas por la escritora
osornina Jacqueline Lagos, nacida el 4 de abril de 1965, en Osorno, Región de
Los Lagos. Ha participado como jurado en diversos concursos literarios, además,
actualmente es colaboradora en diversos medios, tales como el Proyecto Libro Libre Chile, de la ciudad de Osorno, se desempeña
como columnista del diario digital mexicano, Columna Sur, además de ser parte
del consulado de Poetas del Mundo. Ha publicado títulos
entre los que se cuentan: Mis primeros
años (2003), Una bruja emplumada en
el Tzolkin (2005), patrocinada
por el Servicio Nacional de la Mujer, además de haber estado presente en
diversas antologías.
En esta tesina
trabajaremos con el texto Memoria de una
cita inconclusa, edición privada de la autora, en la que recopila tres de
sus principales títulos: Mis primeros
años, Una bruja emplumada en el Tzolkin y Conjuros, lo importante es el ritual. En cada uno de estos textos,
individualmente, se tratan temas que en conjunto aluden principalmente a la
mujer y su situación con su entorno, ya sea vista desde una perspectiva
tradicional, enmarcada dentro de una familia cuya constitución es
característica de las ciudades del sur del país; ya sea a través de personajes
femeninos rupturistas, o por medio de acontecimientos que reflejan las
consecuencias de las acciones femeninas contrarias a los cánones tradicionales,
el conjunto de los textos da cuenta de ciertos parámetros femeninos
característicos, configuradores de identidad, como se pretende demostrar, del
sur de Chile, específicamente el espacio donde se gestó la autora, Osorno. A
continuación, detallaremos cómo se conforma cada texto en cuanto a su
estructura y los hechos que allí se presentan.
Mis primeros años
es un texto narrado alrededor de un gran racconto por un narrador protagonista
que- a través de marcas textuales evidencia su feminidad- recuerda su infancia
vivida en el seno del hogar de sus abuelos. El texto comienza con un poema de
la autora y un epígrafe de Deepack Chopra, en los que se alude al desapego
hacia el tiempo, a la transitoriedad de la vida como eje articulador de la
construcción de la identidad; en el poema se plantea el desapego del ahora, en
el epígrafe se habla de lo eterno, por tanto, las memorias de la infancia son
rasgos que definen el presente, y que cíclicamente transitan en nuestro ser. A
lo largo de la narración, se articula la historia de la infancia que vivió la
protagonista en el campo, se caracterizan personajes y vivencias tradicionales;
en primer lugar, se describe el espacio físico de la ruralidad en el que se
desarrolla la historia, se describe la casa, el campo y su cotidianeidad. Más
adelante, se describen las figuras de los abuelos; él, irascible dentro de la
casa, se sometía a las ordenanzas del patrón y se avocaba a la férrea defensa
de sus intereses. La abuela era la que unía a la familia, la que se encargaba
del cuidado diario de todos, que constituía la esencia del hogar, pero se
refugiaba secretamente en el alcohol para llorar sus penas. La narradora
desarrolla su adolescencia alrededor del cuidado de sus hermanos menores, al
ser abandonados por su padre en esa casa, el hermano mayor se ve obligado a
trabajar desde muy joven, y ella a cuidar de los más pequeños, olvidándose a
veces de sí misma. Paralelamente, se deja evidencia de las normas y tradiciones
que regían la vida de mujeres y hombres, de las actividades características de
una familia campesina humilde. Si bien, la protagonista critica ciertas formas
de vida o ciertos acontecimientos ocurridos, la nostalgia de una época mejor
invade la narración, la constatación de que su presente no se compara a la
riqueza emocional que adquirió con sus abuelos finaliza el texto.
Una bruja emplumada en el Tzolkin, por su parte, se erige desde el principio, a través de un
preámbulo de la autora, como un texto portador de la voz de su género, que a
través de la narración pretende abrir las compuertas de la ignorancia y de la
sociedad que quiere imponer el orden moral de turno. Se define luego, a través
de una presentación, a la mujer como encapsulada dentro de un ciclo antinatural
impuesto, convirtiéndola en un ser frustrado en su feminidad, pues se le pide
que encarne un canon no representativo. Dentro del texto se evidencian cuatro
grandes etapas del hilo narrativo marcadas por un cambio de voces narrativas.
Es un relato in extrema res, pues comienza narrando el desenlace de la
protagonista. La primera parte se titula En
el Tzolkin, está narrada en tercera persona, y es el relato de la crisis
espiritual y mental en que termina la protagonista luego de una serie de
acontecimientos que, como más adelante se observa, comienzan con su huída del
hogar paterno. La segunda parte, titulada El
origen, narra la juventud de la protagonista, su acercamiento hacia el
esoterismo, y el viaje que emprende huyendo de su hogar junto a otras amigas.
En este viaje, le ocurren hechos desgraciados, que la hacen enterrar la magia
que sentía dentro de sí. La tercera parte comienza con el título El encantar de la sincronía, que narra
la actual vida de la protagonista, donde la rutina la ha convertido en una
mujer “correcta” pero no feliz, debido a esto, se refugia en internet, donde
comienza el intercambio de correos electrónicos con un desconocido que se hace
llamar “Príncipe”. Esta parte del libro intercala textualmente los correos de
ambos personajes para armar el transcurso de su historia. El texto finaliza con
una cuarta parte que muestra la desesperación y tristeza en que se sume la
protagonista, además de narrar lo que ocurre con los demás personajes, se
cierra el texto con un final abierto, y un tanto místico, pues existen teorías
sobre el paradero de la protagonista, unos dicen haberla visto en un castillo,
otros en un valle. Todo el libro realiza una constante alusión a la cosmología
maya, realizando una alegoría entre sus principales planteamientos acerca del
cosmos y la relación de la mujer con la tierra y el universo.
Conjuros, lo importante es el ritual, es principalmente un texto poético pero intercala dentro
de la voz poética una voz en prosa.
Nuevamente en este texto se plantea, a través de un preámbulo y una
presentación, la voz de la autora como portadora de un mensaje femenino,
expresa la voz de una mujer rebelde, una mujer devastada, pero, a pesar de la
paralización que el poder masculino produce sobre la mujer, insiste en la
posibilidad del entendimiento humano. A través de prosa poética, versos,
elementos paraverbales de énfasis, como la utilización de poemas ennegrecidos,
se configuran diversos hablantes líricos femeninos, relacionados por un eje
temático progresivo. Este eje temático progresivo se refiere a la continuidad
temporal del desarrollo de una mujer, se observa la voz de una niña que habla a
su madre, de una joven, de una mujer rebelde, de una madre. No es un
sentimiento uniforme el que rodea los diversos textos poéticos, sino que se
mezcla, entre otros, la ingenuidad, el amor, la desilusión, la tristeza y la amargura
de ser niña, mujer y madre por imposición.
Antes de ingresar en
el análisis mismo que orienta este trabajo, debemos tener presentes ciertos
fundamentos teóricos que darán la pauta para la comprensión de los objetivos de
trabajo y su posterior aplicación. Se pretende dar cuenta de las características
con que se configura la identidad de género, en este caso de la mujer, presente
dentro del seno familiar constituido en torno a una cultura impuesta por un
espacio físico donde se desarrolla la comunidad. De acuerdo con lo anterior,
antes de aplicar estos conceptos debemos tener una base teórica en común que
permita la adecuada comprensión de las nociones con que se trabajará.
Al pensar en un
primer momento en el concepto de género, lo asociamos a las categorías de
hombre y mujer, como dualidad fundante de las configuraciones de lo masculino y
lo femenino, respectivamente. Sin embargo, existen ciertas especificaciones que
deben hacerse sobre este aspecto. En vista de los nuevos cánones que están
definiendo a hombres y mujeres, vemos que no existe total correspondencia con
lo que podríamos asociar al género femenino y masculino con sus respectivos
caracteres sexuales. Hemos asistido al surgimiento, masificación y aceptación
parcial de nuevas minorías sexuales, que se identifican a sí mismas como
sujetos femeninos o masculinos no poseyendo necesariamente los caracteres
sexuales que se asocian tradicionalmente a cada uno, me refiero a lesbianas,
homosexuales o hermafroditas. De acuerdo a esto, es necesario establecer, en un
primer momento para comprender el concepto de género, la diferencia entre este
concepto y el concepto de sexo. De acuerdo a lo expuesto por Montecino y
Rebolledo, “el primero apunta a los rasgos fisiológicos y biológicos de ser
macho o hembra, y el segundo a la construcción social de las diferencias
sexuales (lo femenino y lo masculino). Así, el sexo se hereda y el género se
adquiere a través del aprendizaje cultural” (en línea). Por tanto, en el
presente trabajo, haremos alusión específica al concepto de género como constructo
social, diferenciado de la categoría de sexo, meramente biológica.
De esta manera,
tenemos un primer acercamiento al concepto de género, que se refiere a una
construcción social a modo de aprendizaje, por tanto compartida por una
comunidad, que diferencia lo femenino de lo masculino, tal como dice Beauvoir
“No se nace mujer: se llega a serlo” (87, en línea). Así, el género es algo que
se construye paulatinamente, responde y se enmarca dentro de los parámetros
culturales de las diversas comunidades, que no cuestionan o buscan el origen de
estos parámetros, sino que simplemente se desarrollan en torno a ellos.
Ahora, debemos
agregar un nuevo elemento en la definición que se está construyendo, “todos
actuamos como nos dictan nuestras ideas, que siempre responden a una creación
cultural y están histórica y espacialmente situadas” (Mc Dowell, 2000: p.20),
lo que significa que los cánones culturales que definen no sólo el género, sino
también el comportamiento generalizado, deben estar limitados espacialmente
dentro de un lugar común que permita el desarrollo de las tradiciones, normas y
valores de cada comunidad. Los individuos deben pertenecer a ciertos grupos
espacialmente delimitados para poder desarrollar, en este caso, un estereotipo
de género. No negamos que un individuo pueda crecer en diferentes lugares, pero
se acepta que los parámetros culturales que se le impongan serán los adquiridos
por sus padres en un lugar específico, o los que marquen su identidad en un
momento dado serán los de la cultura que le cause un mayor impacto e
influencia.
Para efectos de este
trabajo, entenderemos el concepto de cultura trabajado por Rosario Castellanos,
en su estudio Sobre cultura femenina, que
plantea que la cultura es la “realización de los valores, los valores como
cualidades en las que se reconoce un conferidor de eternidad, cualidades
susceptibles de ser conocidas y realizadas por el espíritu, forma de
conocimiento y modo de conducta específicamente masculinos” (2005: p. 215).
Considerando este concepto de cultura como elemento que define lo que es el
género en cada comunidad, nos damos cuenta de un tópico que desarrollaremos en
el siguiente punto, referente a la construcción masculina de la sociedad, desde
su perspectiva se construyen no sólo las normas, sino que también este hecho
influye en la constitución de los géneros de cada individuo.
Frente al
planteamiento de parámetros genéricos basados en una concepción masculina del
mundo, “la paradoja de ser definida por otros reside en que las mujeres terminan
por ser definidas como otros: son representadas como diferentes del hombre y a
esta diferencia se le da un valor negativo. La diferencia es, pues, una marca
de inferioridad” (Braidotti, 2004: p. 13). Un hecho que veremos comprobado
cuando nos refiramos al término de patriarcado, que se definirá en función de
la construcción que culturalmente se impone al género femenino y las
consecuencias que esto trae en la formación de la identidad.
Recapitulando, nos
encontramos ante la delimitación del género, que es un constructo social que se
adquiere dentro de la comunidad y define los parámetros de lo femenino y lo
masculino, pero debemos tener presente la particularidad, como acabamos de
mencionar, de que estos parámetros han sido construidos por sólo uno de estos
grupos, el masculino, que al representar su posición tratará de verse
privilegiado abandonando toda objetividad en esta construcción social del
género.
Ahora, si nos
enfocamos en que la cultura es el elemento que imprime las nociones de
desarrollo de los sujetos, su género en consecuencia, y la vida cotidiana de
cada comunidad, debemos tener presente que esta cultura no necesariamente es
universal y no sólo nos entregará valores y normas generales, sino que
Desde
un análisis antropológico de la cultura es importante reconocer que todas las
culturas elaboran cosmovisiones sobre los géneros y, en ese sentido, cada
sociedad, cada pueblo, cada grupo y todas las personas, tienen una particular
concepción de género, basada en la de su propia cultura. […] Por eso, además de
contener ideas, prejuicios, valores, interpretaciones, normas, deberes y
prohibiciones sobre la vida de las mujeres y los hombres, la cosmovisión de
género propia, particular, es marcadamente etnocentrista (Lagarde, 1996: p. 14).
Así, el género de mujeres u hombres
es un constructo social, definido por los parámetros culturales de una
comunidad espacialmente delimitada, que impone su concepción del mundo a partir
de una visión etnocentrista, realzando las ideas propias por sobre las
extranjeras o foráneas. De esta forma, podemos inferir que el género es un
concepto o categoría variable, no vamos a encontrar géneros universalmente
aceptados, pues sus límites se vuelven difusos de acuerdo a la localidad donde
se observe, no es igual, por ejemplo, una definición de género basada en los
parámetros culturales de una sociedad capitalista occidental que una cultura
islámica de Oriente.
En resumen, el concepto de género
que utilizaremos tendrá las siguientes características:
Ø Se diferencia del sexo, meramente biológico, porque es una
construcción de la sociedad,
Ø Los parámetros que lo configuran se encuentran situados
espacialmente haciéndolo variable en ciertos aspectos específicos de cada
cultura,
Ø Ha sido configurado desde una visión masculina, por tanto,
genera diferencias negativas hacia las mujeres,
Ø Es etnocentrista, por lo que imprime sus características
específicas y locales a los individuos que habitan en cierto lugar.
Remitiéndonos
a un concepto más concreto que el de género, vamos a referirnos a la identidad,
que ya no es a nivel de colectividad, sino que se refiere a la particularidad
con que cada sujeto asume y construye su individualidad. Resumiendo, debemos
tener claro que en el individuo se conjuga no sólo el género, sino que éste se
manifiesta a través de las características de la identidad de cada sujeto. No
todos asumimos de igual forma los estímulos del ambiente, sean estos físicos,
simbólicos (como valores o normas) o psicológicos (emociones). Por tanto, el sujeto
femenino o masculino, está construido a través de parámetros culturales a nivel
macro, como el género, pero éstos se articulan en cada individuo de forma
específica y concreta.
La
identidad es como el sello de la personalidad. Es la síntesis del proceso de
identificaciones que durante los primeros años de vida y hasta finales de la
adolescencia la persona va realizando. Se puede afirmar, entonces, que la
identidad tiene que ver con nuestra historia de vida, que será influida por el
concepto de mundo que manejamos y por el concepto de mundo que predomina en la
época y lugar en que vivimos (Álvarez, en línea).
Como vemos, la identidad es el
reflejo no sólo de lo que nos acontece a nivel cultural, como el género, sino
también es fiel reflejo de nuestras experiencias personales, de nuestras
identificaciones con nuestro entorno cercano, que varía como hemos dicho
culturalmente, pero también a nivel familiar, pues es imposible que todos los
sujetos pasen por las mismas experiencias, reaccionen de la misma manera o que
construyan los mismos mecanismos de defensa o actúen de igual forma ante la
sociedad.
Ahora, considerando
la alusión psicológica del concepto de identidad como expresión individual de
un proceso de identificaciones con el entorno, vamos a agregar un componente de
la definición cultural de identidad, considerando el concepto que nos plantean
Castellón y Araos, observamos entonces que la identidad nos “remite a una
noción de nosotros mismos, en función o en comparación con otros que no son como
nosotros” (en línea). De esta forma, la identidad, proceso particular e
individual de reconocimiento que cada individuo va a tener en consideración
para su formación, va a ser la imagen propia que se hace el sujeto de sí mismo,
en comparación con la de los demás, los otros, diferentes y heterogéneos.
Asimismo, los autores consideran que este concepto tiene una doble
significación, “por una parte corresponde a una especie de autoimagen, o a una
forma de concebirse y, por la otra, se refiere a una comparación inmanente con
otro conjunto de seres que no tienen las mismas costumbres, hábitos, valores,
tradiciones o normas” (en línea).
Tal como se mencionó
anteriormente, además de la configuración masculina del mundo en cuanto a la
división y caracterización de los géneros, nos vamos a encontrar, entonces, con
que la mujer se verá enfrentada a formar su identidad, su autoimagen y la
imagen de los demás en función de una condición de inferioridad impuesta
culturalmente desde tiempos remotos. Es así, como la identidad de género, el
reconocerse a sí mismo, en el caso de este análisis como mujeres, va a estar
limitada e influenciada por la imposición de una visión masculina, que se forja
en desmedro del género femenino. La identidad, el género, la autoimagen que la
mujer forje de sí misma, será la de un ser inferior, que debe obedecer lo
impuesto por estos cánones masculinos.
Volviendo al concepto
de género e identidad, recordemos que la cultura está planteada desde sus
orígenes en términos masculinos, en parámetros delimitados desde su punto de
vista, produciendo una marcada y sesgada diferencia entre hombres y mujeres.
“La dicotomía sexual que marca nuestra cultura situó sistemáticamente a las
mujeres en el polo de la diferencia, entendida como inferioridad respecto de
los hombres” (Braidotti, 2004: p. 16). De esta forma, se construyeron normas,
valores, identidades y tradiciones en torno a la figura masculina como eje
central, dejando en la periferia a las mujeres, pero siempre manteniendo
control sobre ellas, por esta razón, se acentúa en ciertas épocas, y se
mantiene al margen en otras, pero nunca ha desaparecido completamente este
concepto de patriarcado.
Para efectos de este
análisis, se considera central el concepto de patriarcado en torno a la
construcción de las identidades de género, pues cumple una doble función para
los fines de este estudio; por una parte, además del territorio, el patriarcado
es un elemento configurador de parámetros culturales y valóricos que influyen,
por supuesto, en la construcción de una identidad en particular y en la
configuración de los márgenes de desarrollo de ambos géneros; por otra parte,
se considera un elemento central en esta investigación pues es la causa y la
consecuencia del silenciamiento de las voces femeninas, de la formación de
estereotipos de género y de los órdenes jerárquicos que tradicionalmente los
alinean.
Para comenzar a
comprender los alcances del concepto de patriarcado, vamos a iniciar
considerando la definición planteada por Mc Dowell, quien menciona que
En
general, el término patriarcado significa la ley del padre, el control social
que ejercen los hombres en cuanto padres sobre sus esposas y sus hijas. En el
sentido más específico de los estudios feministas, el patriarcado es aquel
sistema que estructura la parte masculina de la sociedad como un grupo superior
al que forma la parte femenina, y dota al primero de autoridad sobre el segundo
(2000: p. 32).
Los primeros
elementos que debemos destacar de esta definición deben centrarse en el control
ejercido por los hombres por sobre las mujeres por considerarlas un grupo
inferior, esta inferioridad da paso al criterio de autoridad que se infiere
posee el grupo superior, los hombres. En este sentido, al igual que con los
conceptos de género e identidad, nos encontramos ante un término de naturaleza
variable, pues este control, si bien se ha constituido como una práctica generalizada,
cambia y se va reajustando de acuerdo a los parámetros sociales y culturales en
donde se enmarque. No debemos dejar de lado la existencia de sociedades y
comunidades con límites normativos más flexibles que otros, en donde,
simultáneamente, los límites de la autoridad ejercida por los hombres y la
dominación hacia la mujer también se van a adaptar a estas características
cambiantes.
Si bien, el
patriarcado se reafirma mediante las instituciones sociales, las normas
tradicionales y jurídicas, también lo hace a través de las instituciones
familiares, cada núcleo familiar imita y enseña a las siguientes generaciones
las normas que le han sido impuestas a lo largo de su desarrollo. No obstante,
a esta mantención del poder del patriarcado por medio de instituciones sociales
y familiares, podemos agregar la influencia del capitalismo, pues a juicio de
Eisenstein,
Las
mujeres cumplen cuatro grandes funciones en las sociedades capitalistas. En
primer lugar, estabilizan las estructuras patriarcales, especialmente la
familia, desempeñando los papeles socialmente definidos de esposa y madre; en
segundo lugar, reproducen nuevos trabajadores para la mano de obra, remunerada
o no; en tercer lugar, estabilizan la economía con su papel de productoras; y
en cuarto y último lugar, ellas mismas participan en el mercado de trabajo
recibiendo sueldos inferiores” (Mc Dowell, 2000: p. 125).
De acuerdo a las afirmaciones
anteriores, se observa que el patriarcado se ha visto fomentado y reafirmado
institucionalmente por las sociedades en general, las familias en particular y
económicamente por el capitalismo, ya que se encasilla a la mujer como esposa y
madre dentro del hogar para manejar la propiedad privada del hombre, además de
traer al mundo nuevos obreros, y participar del juego del mercado trabajando
por salarios inferiores sin expresar molestia, pues son un grupo considerado
inferior, como se mencionó con anterioridad.
El orden impuesto por el dominio
patriarcal construye diferentes imágenes del hombre y la mujer; al hombre se le
considera un ser completo, conductor del mundo, de las mujeres y de sí mismo;
la mujer, en cambio, es considerada inferior, subordinada y dependiente, debe
articular sus vidas en torno a este hombre que es el dueño del mundo y,
obviamente, debe obedecerlo ciegamente. No obstante, si la mujer cumple a
cabalidad su rol de obediencia, sigue siendo un ser inferior, no es aceptada
como un igual. Ahora, “para las mujeres que no cumplen con sus deberes de
género están la exclusión, el rechazo, la desvalorización, el daño y el castigo
institucionales y personales” (Lagarde, 1996: p. 61). Entonces, la mujer,
además de no ser incluida en el orden patriarcal, de ser considerada inferior
aunque cumpla las normas, es castigada si se rebela contra el orden
establecido, es enjuiciada y rechazada públicamente.
Sintetizando, para efectos del
posterior análisis, consideraremos entonces el patriarcado como el gobierno del
padre, padre de su mujer y de sus hijas, que las considera como seres
inferiores, pues están bajo su dominio; además, este orden del mundo se ve
facilitado por las normativas jurídicas, por las mismas familias y por el
capitalismo, que ve en él un aliado. A esto debemos agregar que la mujer que se
rebela contra el orden establecido es duramente sancionada.
Para referirnos al
término de territorio, vamos a configurar una doble definición, pues nos
remitiremos, en primer lugar, a aquel espacio donde se desarrolla la comunidad
y, en segunda instancia, a aquel espacio donde se configuran las relaciones
individuales dentro de cada familia: la casa. Consideramos por tanto, y en
línea con los objetivos de estudio, que ambas dimensiones del territorio son
piezas claves al momento de la construcción individual del género, de la
identidad de género.
En
busca de una definición del lugar antropológico donde se desarrollan las
comunidades y forman sus culturas, nos referiremos a la idea aportada por Marc
Augé, quien afirma que el lugar es aquella
Construcción
concreta y simbólica del espacio […] Estos lugares tienen por lo menos tres
rasgos comunes. Se consideran (o los consideran) identificatorios, relacionales
e históricos. En el plano de la casa, las reglas de residencia, los barrios del
pueblo, los altares, las plazas públicas, la delimitación del terruño
corresponden para cada uno a un conjunto de posibilidades, de prescripciones y
de prohibiciones cuyo contenido es a la vez espacial y social (Augé, 2004: p. 57).
Así, vemos que el
espacio es una construcción concreta, pues está situada en un tiempo y espacio
de orden fijo, además es una construcción simbólica, pues en ella se desarrolla
la cultura y la vida social. Este lugar donde se desarrollan las comunidades es
identificatorio, pues los individuos se reconocen a sí mismos en este espacio;
es relacional, pues en él se producen las interacciones sociales entre los
individuos; y, es histórico, pues existe una tradición temporal de la comunidad
en ese espacio. El lugar, en conclusión, es el espacio donde se reconoce
identitariamente un grupo de personas y en donde organizan su vida social.
Desde
este punto de vista el territorio es, en primer lugar, la apropiación de un
espacio en vista de transformarlo o transfigurarlo en algo propio, ya sea en el
sentido de la adquisición como en el sentido de la identidad. De este modo, se
ha dicho, el territorio es fundamentalmente un espacio de reconocimiento de sí,
o de otro; el entorno donde podemos identificar lo nuestro, o lo ajeno, y tal
parece ser el sentido que se quiere destacar cuando se dice el territorio como
un espacio apropiado (Vergara, 2010: p. 168).
A las características
del lugar o espacio propuestas por Augé, Vergara agrega un componente esencial,
la identificación del sujeto como sí mismo a través del espacio, pues al
apropiarse de un lugar, el individuo puede identificarse y distinguir al otro
como un ser diferenciado y con rasgos propios. De esta forma, el territorio es
un elemento central en la configuración de la identidad, en la visión que el
sujeto genera de sí mismo.
Dentro de este lugar,
que identifica a los individuos de una comunidad, donde éstos se relacionan y forman
sus vidas, existen relaciones de poder que establecen las normas que van a
demarcar a la colectividad que se asocie ahí, por tanto, estas normas van a
definir quién puede pertenecer a ese lugar y quién quedará excluido. Tal como
mencionamos con anterioridad, generalmente las normas de una sociedad concreta
van a estar definidas por medio de un orden patriarcal del mundo, dejando de
lado a todo aquel que se oponga, que no cumpla sus normas, o que no se ajuste a
la realidad que se le presenta. De este modo, se van a configurar redes de
normas de conducta dentro de las comunidades para el desarrollo de su lugar de
convivencia, que marcarán las relaciones entre los individuos, y variarán su
rigidez de acuerdo al tipo de comunidad donde se enmarquen.
Ahora, definido este
espacio de la comunidad, este lugar antropológico donde ésta se desarrolla,
como una construcción concreta (espacial y temporal) y simbólica (normas,
tradiciones, valores) de rasgos comunes identificatorios, relacionales e
históricos, vamos a adentrarnos en una institución que se enmarca dentro de
toda comunidad, donde se forman las relaciones parentales: la casa.
El lugar donde se
desarrolla la vida en comunidad cuenta con espacios públicos, de común derecho,
y espacios privados, individualizados para las familias. Generalmente, dentro
de esta visión patriarcal que domina el mundo y las cosmovisiones, se asocia el
espacio público al hombre, pues es donde éste trabaja, convive con otros
hombres y adquiere prestigio; por otro lado, el espacio privado, el de la casa,
es asociado a la mujer, pues es ella quien está constreñida a hacerse cargo de
ésta. Ahora, no necesariamente este espacio de la casa es para las mujeres un
área de distensión y felicidad, pues “para las mujeres, estimuladas (y a veces
forzadas) a identificarse con la casa y restringir su vida a sus paredes, ésta
se convirtió en el espacio de la imposibilidad de emancipación, del abuso y de
la satisfacción, alternativamente” (Mc Dowell, 2000: p. 114). En relación a
este espacio de la dominación, donde está confinada la mujer, surgen
tentativas, en las últimas décadas sobre todo, de abandonar esta sumisión, lo
que por supuesto se refleja literariamente originando que las protagonistas de
la escritura femenina abandonen su casa “para iniciar peregrinaciones ‘reales’
o ‘imaginadas’ por las calles de una ciudad desconocida, por el bosque o la
playa en un estado de espera alucinada” (Guerra, 1999: p. 17). Es así, como
observaremos en algunos episodios de los textos a analizar, que las
protagonistas se ven forzadas a buscar camino en otros lugares fuera del hogar,
a dejar de lado las normas impuestas, la obligación de formar familias o ser el
ángel del hogar.
Consideraremos,
entonces, para el posterior análisis, el territorio y la casa como espacios
demarcados con límites masculinos, con normas y valores masculinos, para las
mujeres, que deben ajustarse a ellos, obedecer, confinarse al espacio hogareño
en función de “un bien mayor”: administrar la propiedad privada del marido,
criar a los hijos y someterse.
Los conceptos
anteriormente delimitados, género, identidad, patriarcado y territorio, se han
considerado pertinentes al objetivo de investigación, pues configuran los
elementos centrales que se trabajarán en el análisis de los textos. Se busca
delimitar la identidad de género que logra desarrollarse bajo una cultura
patriarcal, bajo los parámetros que crecen en torno al territorio, en este caso
determinado en la comuna de Osorno, a través del análisis de la obra de la
escritora local Jacqueline Lagos; por tanto, lo que se pretende es observar de
qué manera se flexibiliza o coarta la posibilidad del género femenino de formar
una identidad particular, en función de las normas de su comunidad, y en
función de la mentalidad de su entorno cercano, influida, por supuesto, por la
comunidad.
Para lograr el cometido central de esta investigación,
identificar los rasgos de identidad de género presentes en los textos de Jacqueline
Lagos, se utilizará el método descriptivo, pues analizaremos cómo se presenta
el fenómeno de la identidad de género dentro de un texto, y especificaremos la
forma en que éste se desarrolla.
Desde la perspectiva del análisis en sí mismo, se
utilizarán los preceptos recomendados por Elaine Showalter en su ensayo Feminismt Criticism in te Wilderness,
quien plantea, principalmente, que la crítica literaria feminista debe
abandonar todos los cánones masculinos de producción, interpretación y crítica
de los textos literarios pues, evidentemente, éstos han sido formulados desde
su perspectiva relegando las producciones femeninas a lo ‘otro’. Showalter, de
acuerdo a lo anterior, introduce el término ginocrítica para referirse a
aquella crítica en que se han disuelto los lineamientos masculinos que han
establecido la historia de la literatura y se han comenzado a forjar nuevos
aspectos de la cultura femenina.
El primer aspecto que se considerará de Showalter,
aparte de las fases en la escritura de las mujeres que se mencionan a
continuación, será la importancia que atribuye al esclarecimiento de un doble
discurso en los textos literarios, por una parte se encuentra el discurso
oficial, el de los hombres que dominan, y por otro, un discurso silenciado,
menos legitimado, el de la mujer, que puede constituirse, a través del
lenguaje, en un mecanismo de denuncia y apertura a nuevas formas de entender la
dicotomía de la relación hombre- mujer. De esta forma, del análisis de los
textos seleccionados se evidenciarán los aspectos de la cultura dominante que
limitan o coartan el desarrollo de las silenciadas, las mujeres, permitiendo
construir los rasgos de identidad de género que la cultura ha permitido
desarrollar a los sujetos femeninos presentados como personajes de los textos.
Es por ello que se le atribuye a la escritura femenina, desde la perspectiva de
Showalter, la tarea de buscar herramientas que permitan rescatar lo femenino de
su condición vitalicia de inferioridad, deben hacer visible, a través de sus
palabras, lo invisible, lo silenciado.
Showalter plantea ciertas fases en el desarrollo de las
mujeres escritoras que, postula, son cíclicas, pues pueden volver a surgir
luego de una época de predominancia de otra etapa. Para efectos de este
estudio, consideraremos la fase de mujer, la cual se refiere a las escritoras
de la época contemporánea, que centran el interés de los textos en la mujer
misma. En esta fase, las escritoras más que reflejar una existencia femenina,
lo que hacen es tratar de formar una conciencia femenina, de sí mismas; además,
menosprecian la moral masculina, mencionan más el cuerpo femenino, sus
sensaciones, y se preocupan de tratar temas tabúes como el adulterio, el
aborto, la violencia (Pacheco, 2005: p. 260, 265).
De acuerdo a lo anterior, el presente estudio se
enfocará en el análisis de los textos de Jacqueline Lagos a la luz de las ideas
claves de Showalter, a saber, en primer lugar, se identificará, cuando se encuentren luces en el texto, la voz de la
dominación, la voz masculina o los rasgos que se consideren relevantes e
influyentes en la construcción de la identidad de la mujer, la sometida o
silenciada. Asimismo, se buscará delimitar de qué manera se presenta la fase de
la mujer en los textos seleccionados, para así observar qué parámetros
culturales rodean a los personajes, y de qué manera es posible que hayan
desarrollado su identidad. Además, se analizarán los elementos que son
mencionados como centrales en la configuración de esta identidad, para
establecer de qué manera el territorio ha influido en el desarrollo o
limitantes de la identidad de género de la zona tratada en las obras.
A continuación, se aplicarán los conceptos analizados
con anterioridad en el marco teórico y metodológico, para así dar cuenta de los
objetivos generales y específicos que guían el estudio. Para estos efectos se
analizarán por separado los tres textos contenidos en el compendio Memoria de una cita inconclusa pues se
observa que los textos, por separado, responden a una continuidad temática en
el desarrollo de la construcción de la mujer como sujeto femenino, pasando por
las diversas etapas de su periodo vital, por los diferentes roles que debe
asumir, si decide tomarlos o le son impuestos, lo observaremos en el análisis.
Lo anterior, a la luz del concepto de territorio que, como vimos, se observará
si efectivamente es un elemento central en la configuración de la identidad de
género.
La
identidad femenina a considerar en el texto “Mis primeros años”, se enmarca en torno
a un ámbito rural, típico de las zonas periféricas del sur, por ello el espacio
donde se desarrollan los acontecimientos y la infancia de la protagonista y su
familia es la casa de una familia dependiente de un patrón, al que le deben
fidelidad y obediencia. Es por esto, que los principales rasgos constitutivos
de la identidad de sus personajes giran en torno a valores tradicionales,
herméticos e inviolables.
Para comprender, entonces, la configuración de los
parámetros de la voz silenciada de la mujer, en este caso reflejada a través de
la protagonista, debemos tener en consideración, en primer lugar, la presencia
de la voz dominante, el sujeto masculino en torno al cual se articula la vida
de la casa, el individuo que impone las reglas y trae el sustento al hogar: el
abuelo. La narración en primera persona de la protagonista nos entrega luces de
los sentimientos que provocan en ella las circunstancias que hacen que vivan en
ese hogar, a raíz de esto, nos dice de su abuelo: “Tengo que decir que mi abuelo
fue siempre la persona de carácter irascible en la casa. Casi siempre poseía
una expresión concentrada e íntegra. Él imponía las reglas, el respeto y cada
una de esas cosas ‘que no se deben hacer’” (Lagos, 2011: p. 16). A raíz de la
descripción anterior, observamos que las normas las impone el abuelo, quien
poseía un carácter irascible pues él es el hombre, él mantiene el hogar y por
esto su voz debe ser escuchada. Es así, como observamos un primer rasgo en el
texto de lo que Showalter propone en su crítica, atender la voz de los
dominantes y la de los silenciados; de esta manera también, observamos un
primer límite de dominación con el que van a encontrarse los individuos que
viven en el hogar de un sujeto con tales características tradicionales y apegadas
a las normas, hecho que se observa con frecuencia en los hogares rurales del
sur de Chile.
Tal y como el abuelo es el sujeto proveedor, el que está
vinculado con lo externo al ambiente del hogar, dentro de él encontramos a la
abuela, de quien se dice que “Para mi abuela no había enfermedad a la que no le
supiera la cura. Sus entuertos y mejoras gozaban, al parecer, de gran
popularidad por la gente que iba en busca de ellos” (Lagos, 2011: p.20). Además
de otras observaciones que realiza de la abuela, se evidencia a grandes rasgos,
que ella es la que está presente en el cuidado de la casa, en la cocina y la
crianza de los niños, además de conocer los secretos relacionados con el uso de
plantas medicinales; todas estas actividades son las que le son heredadas a la
mujer por tener que quedarse dentro del hogar, por tener que relacionarse
dentro de un espacio limitado por las paredes de la casa. Así como se mencionó
en un principio, la mujer no tiene otra opción más que la de quedarse en el
hogar, encargarse de las tareas y las responsabilidades que esto conlleva, pero
esto no significa que todas las mujeres asuman con una atenta predisposición
estos roles. Es por ello que, en innumerables ocasiones, por no tener otras
opciones, las mujeres deben conformarse e inventarse una felicidad que muchas
veces no es tal, tal como menciona la narradora,
Estoy absolutamente segura del orgullo de
alma que debe haber tenido mi vieja, de ese dar generoso, de su constante
sacrificio, ese espíritu de esposa sencilla, esa sobria manera de guardar cada
una de las infidelidades de mi abuelo, de ese rostro relucido y animoso que
daban un sello inigualable a toda su expresión (Lagos, 2011: p. 23).
La
mujer encasillada dentro del hogar, si no trata de evadir esta realidad, se ve
obligada a aceptar ser tratada como inferior, en el sentido de que las
actividades lícitas o ilícitas que realiza el marido, e incluso los hijos
varones, no son las mismas que ella puede realizar, sus acciones son
controladas y mermadas en desmedro de sus libertades, que por lo general no son
consideradas.
De
acuerdo a lo anterior, el sujeto femenino se ve en la obligación de buscar
refugio a sus desdichas en actividades indebidas, que por lo mismo se ocultan,
por ejemplo: “Mi vieja encontraba el refugio a la vida sacrificada que le daba
mi abuelo, en aquellos sorbos – de aguardiente --, y a mí no me gustaba verla
cuando lloraba sus penas sumergida en el aliento de la copa que se tomaba” (Lagos,
2011: p. 23).
Ahora, la voz silenciada de la mujer no tan sólo fue
fomentada por hombres, sino que asimismo por mujeres, vemos que las normas
patriarcales impuestas por los hombres son reflejadas por las mujeres a través
de la educación que imparten a sus hijos e hijas. La misma narradora señala,
Se me viene a la mente cuando llegué a la
pubertad, y sentí un rastro sanguinolento entre las piernas. Asustada corrí a
sus brazos a contarle lo que me estaba pasando, ella muy serena me dijo: ‘Ahora
empieza a crecer como una mujer que es, tiene que pensar mucho antes de hacer
‘insolencias’ con un hombre.’ Yo la escuché atentamente aunque para mí no
quedaba claro eso de la ‘insolencia’. Más tarde cuando me enamoré, del que
ahora es mi marido, entendí perfectamente a lo que se refería mi abuela (Lagos,
2011: p. 29).
Se
observa en la narración anterior que la abuela le enseña a su nieta el concepto
de la menstruación como algo regulado, no como algo plenamente propio de la
mujer, le inculca que desde ahora su cuerpo ya no está sujeto a los libres
juegos de la niñez, sino al contrario, ahora su cuerpo está regulado por lo que
es bueno o malo y, evidentemente, la libre dirección del cuerpo femenino no es
una opción. No se plantea aquí el libertinaje sexual en torno al cuerpo, me
refiero a la libre elección, a la elección personal sobre qué hacer con el
cuerpo propio en diversos aspectos como el aborto, la sexualidad, entre otros.
Ahora, al haber analizado la perspectiva que nos otorgan
los pilares familiares de los personajes de la obra, sus abuelos, podemos
inferir que la situación de los nietos que están a su cargo no es diferente en
cuanto a su formación de lo que reflejan e imponen los abuelos en sus
actitudes. En el libro Mis primeros años,
los personajes se ven envueltos en una situación incómoda, pero no poco común
en las familias del campo, incluso en las ciudades, los padres toman rumbos
diferentes al de sus hijos, se van y los dejan al cuidado de sus abuelos. Es
por ello, que se ven también obligados a asumir ciertos roles, en este caso la
protagonista, como hermana mayor, siente que debe ser una especie de madre para
sus hermanos, por ello posterga su relación filial, de hermanos, para imponer
respeto y algunas reglas. Pero, no por ello se siente satisfecha, al contrario,
afirma:
Cuando recuerdo los papeles asumidos como La
Mayor, no puedo dejar de sentir pena. Creo que hubo roles que me tocaron así no
más, sin pedirlos, sin buscarlos y que a lo mejor me fueron haciendo, para mis
hermanos, un ser duro y descarnado que tuvo intervenciones no siempre
equitativas con ellos. Los enjuiciamientos que hasta hoy me han hecho, han
ayudado a que por ratos me vaya también olvidando de mirarlos como a unos seres
maravillosos que amo con singular afán (Lagos, 2011: p. 45).
Esta
situación demuestra que no en todos los casos asumir roles que no corresponden
pero que la sociedad impone es algo positivo. Debería ocurrir que los niños
vivan con sus padres, que desarrollen la etapa de su niñez como corresponde,
pero por cumplir a cabalidad lo que dice la tradición, en casos como estos, no
es posible que aquello ocurra. En este caso, la mujer es la que se ve obligada
a cuidar a sus hermanos pequeños, a imponer reglas, a tratar de ser justa sin
tener por qué saber cómo llevar a cabo esa tarea; además, ella también se ve
impelida, al suplir el rol de madre, a postergar su desarrollo, su vida y sus
sentimientos.
Volviendo
un poco al primer punto tratado, las voces dominantes, nos encontramos a través
de la lectura, con la aparición de la descripción del hermano mayor de la
protagonista, quien al igual que ella, se vio obligado a asumir roles de
adultos pues fueron víctimas del abandono de sus padres. Es así, que la
narradora considera que “Creo que por eso mi hermano, el único varón de la
familia, salió desde muy temprana edad a trabajar, a ‘ganarse los porotos’ como
decía mi abuelo. Era sólo un chiquillo cuando ganó su primer sueldo” (Lagos,
2011: p. 33). En este sentido, observamos que no sólo las mujeres están
obligadas a asumir roles impuestos por la sociedad tradicional, sino también
los mismos hombres, pues es su ‘deber’ hacerse cargo del hogar, aunque no esté
en sus planes ser jefes de familia. Sin duda, entonces, los valores y normas
enraizados en la cultura de un territorio son inviolables y, por lo mismo, se
continúan reproduciendo a lo largo de las generaciones.
No siempre lo que es correcto nos deja con el sabor de la
satisfacción, al contrario, realizar actividades por obligación, muchas veces
sin comprender la causa de los acontecimientos deja un sentimiento de
incertidumbre, frustración, se convierte en un dilema no menor el no saber por
qué entregamos nuestras vidas a algo que nos dicen ser lo correcto, esto es lo
que ocurre con los personajes en el texto: “El no haber sabido de un progenitor,
o mejor dicho, haberlo sentido ausente en la vida de todos mis hermanos, fue en
un comienzo, el camino pedregoso que nos tocó. Fueron momentos en que niña o
niño nos preguntábamos los porqués de la vida que llevábamos” (Lagos, 2011: p.49).
Esta afirmación que realiza la narradora, nos reafirma que los roles de mujer u
hombre no se escogen, son impuestos y por ello se cumplen a cabalidad pero no
plenamente ya que en ocasiones, como la que se plantea en el texto, se realizan
en condiciones injustas, impuestas y arbitrarias. Lo anterior confirma que los
valores tradicionales del patriarcado, a pesar de su cumplimiento casi a
cabalidad, remiten a sujetos impelidos a cumplir roles, incluso los hombres, el
género dominante muchas veces debe realizar labores que no desea.
Ahora, ya vislumbradas las características de las voces
dominadas y silenciadas de hombre y mujer, respectivamente, podemos
aventurarnos en los rasgos culturales que presenta el territorio descrito pues,
como mencionamos en un principio de este apartado, la narración transcurre en
el hogar de una familia dependiente de un patrón de fundo; además, se trata de
un hogar mantenido por un matrimonio anciano, lo que aumenta la tradicionalidad
de las normas que allí se desarrollen. A través del análisis, por tanto, se
pudo observar que en este territorio específico, el campo y sus característicos
hogares de trabajadores dependientes, ocurre una situación que configura los
cánones culturales de las familias que componen ese territorio: la fidelidad al
patrón produce que los individuos a su cargo coarten su desarrollo en tanto a
oportunidades de salir de ese ambiente, se limitan a obedecer y cumplir
funciones que muchas veces rayan en la explotación. Ahora, de acuerdo al
interés de este estudio, esta situación configura los roles de género de cada
habitante de ese territorio pues el carácter de obediencia y sumisión que
ejercen los jefes de hogar es traspasado a sus familias en forma de reglas
absolutamente rígidas, tradicionales, obviamente patriarcales que enmarcan a
los sujetos bajo una posición en la que es difícil escapar a lo impuesto. Es
así, como los personajes femeninos y masculinos deben desarrollar su identidad
bajo los parámetros que impone el abuelo; la abuela, por una parte, debe
hacerse cargo de la casa, de los niños, ocultar sus sentimientos y, además, ser
testigo de las infidelidades constantes de su marido. El hermano mayor de la
protagonista, como se menciona, es obligado a trabajar desde muy pequeño pues
debe cumplir su rol de hermano mayor, debe salir del hogar y hacerse cargo de
los gastos de los hermanos menores. Asimismo, la protagonista, tal como se
observó en el análisis precedente, debe cumplir su rol de hermana mayor y suplir
a la madre ausente imponiendo normas, castigos y dejando de lado su normal
desarrollo de adolescente; por otra parte, se observa que los cánones que se relacionan
a la mujer son bastante enraizados en las comunidades más tradicionales, las
mujeres deben ‘hacerse respetar’, no sentir deseos carnales, pues la sexualidad
es mal vista fuera del matrimonio, matrimonio que por supuesto es arreglado por
las familias.
El libro Una bruja
emplumada en el Tzolkin presenta una estructura in extrema res, lo que para
efectos de este análisis se modificará para plantear una evolución temporal de
la identidad de género que se evidencia en la protagonista de la narración,
marcada por la imposición de la rutina en su vida, hecho que marca
profundamente su visión de la vida, su forma de ser y sentirse mujer.
Tal como
mencionamos en el marco metodológico las escritoras clasificadas dentro de la
fase de mujer mencionada por Showalter, se enfocan en la mujer en sí misma, sus
sentimientos, sensaciones y las relaciones con su entorno, por tanto, en este
texto se dará cuenta de los rasgos identitarios que desarrolla la protagonista,
María Cristina, que emprende un viaje de juventud que la devuelve, de mala
manera, al seno familiar.
Al principio del
texto, se indican las perspectivas e ideales de vida que tenía la protagonista,
así, menciona:
Tenía
diecinueve años cuando decidí experimentar el camino del mago y el de las
sincronías, partí con ganas e ilusiones. En una mochila sólo guardaba un mazo
de tarot, cartas que tenía desde niña, y un estuche con cosméticos, accesorios
necesarios desde que tengo conciencia que soy una mujer (Lagos, 2011: p. 69).
De la lectura de esas líneas, podemos
observar dos rasgos relevantes en la primera etapa de formación de la
conciencia de sí misma de la narradora, por un lado menciona su cercanía con el
esoterismo, que nos da cuenta de una marcada relación con áreas relacionadas
generalmente a lo femenino, alejadas de las ciencias exactas, en este aspecto
apunta a que partió con ganas e ilusiones, hecho que será relevante
posteriormente pues en el tránsito de la adolescencia a la adultez pierde
considerablemente estas ganas de vivir por acontecimientos externos a su
actuar. El segundo aspecto que consideramos relevante de esta descripción es su
conciencia de sí misma, pues aparte de preocuparse por su aspecto, reconoce su
identidad femenina, lo exterioriza dejándonos en claro que su decisión de dejar
el seno familiar en ese viaje no planificado lo ha hecho desde una perspectiva
racional, pensando independientemente, por sí misma.
Paralelamente,
un poco más adelante en el desarrollo de la narración, nos encontramos con el
primer y gran roce con las normas patriarcales ya que la protagonista luego de
haber partido en viaje rumbo a La Serena, sólo logra llegar a Valdivia, pues
Cuando
andaba en las calles de la ciudad con mi amor valdiviano, de un auto se bajan
unos familiares maternos y a gritos me agarran y de un empujón me echan al
interior, pensaron que habían encontrado a la fugitiva. […] Yo, en tanto, pedía
que me dejaran en paz, era grande, estaba bien. De nada me sirvió, me raptaron como a una presa y me repetían a
cada segundo lo inconsciente que había sido al abandonar la casa de mis padres (Lagos,
2011: p. 72).
La lectura anterior nos clarifica perfectamente lo que
ocurre cuando la joven toma decisiones propias, alejadas de lo que se espera de
ella, es enjuiciada, perseguida y devuelta al hogar, de donde nunca debió haber
salido. Sus familiares maternos consideran adecuado decidir por ella,
resguardar sus intereses y los de sus padres, pues ella fue una ‘inconsciente’.
Es así, como observamos un primer rasgo de las voces dominantes del discurso
patriarcal, la mujer no puede decidir su futuro pues es catalogada como
inconsciente, por tanto, la identidad de ese sujeto femenino se ve limitada en
cuanto a sus decisiones personales, si no actúa como se espera es enjuiciada e
incluso perseguida. Al igual que en el libro analizado con anterioridad, no es
posible dar rienda suelta a los ideales o impulsos de la mujer, está sujeta a
normas que dictan cómo debe comportarse, cómo debe dirigir e incluso vivir su
propia vida. No sólo los familiares maternos de la protagonista se ven en la
obligación de ‘encausarla’, a medida que avanza la narración nos damos cuenta
que existen otros sujetos que actúan como entes reguladores de las tradiciones,
pues además de los tíos, al control parental se une su hermano, tal como nos
relata: “Todos los episodios que vinieron después, entre ellos la llegada de mi
hermano, (tuvieron que sujetarlo para que no me castigara), minó en parte esas
ganas que tenía al partir con la sensación de tener el mundo en las manos” (Lagos,
2011: p. 73). Todos los sujetos masculinos cumplen con su rol regulador, y los
sujetos femeninos, deben someterse o condenarse, al mismo tiempo que fuerzan a
la protagonista a volver a su hogar, es castigada con el reproche, pero además
esto influye en su estado de ánimo, en su forma de pensar las cosas de las que
antes había estado segura, ya no siente las ganas de antes, ha cambiado su
forma de ver las cosas por un factor externo a ella, su familia le ha hecho ver
su inconsciencia.
Un factor relevante a considerar es la conciencia de la
protagonista de su condición, ella efectivamente se da plena cuenta de las
normas patriarcales que la aplastan
Era
toda una cultura patriarcal que me inundaba hasta los poros, me rebelaba contra
eso de la ‘hija’ que debe estar al lado de los padres, de hermana menor o la
mayor, de responsabilidades, de los permisos, de virginidad, etc., etc. veía
como algo natural, el tener la opción al dejar que mi vida transcurriera de
ahora en adelante tomando las riendas del carruaje (Lagos, 2011: p. 73).
La protagonista se da cuenta que su vida debe manejarla
ella misma, su cuerpo y su sexualidad, las decisiones en torno a sus actitudes,
los horarios en que se desenvuelve y sus opciones personales, pero también
acota que se rebela contra la cultura patriarcal, se da cuenta que lo que es
correcto en su sociedad no es lo que la hace feliz, no es lo que la convierte
en un ser consciente, un ser pleno y autorregulado. Sin embargo, a pesar de
esta conciencia y claridad en torno a su condición de mujer subyugada,
castigada y condenada por pensar en sí misma, se siente confundida, tanto que
termina por entregarse a las normas, se queda en el hogar y se convierte en
otro ser rutinario, ‘correcto’.
Al analizar los acontecimientos en torno a la narración
cronológica de los hechos, hemos puesto de manifiesto las primeras
características que se evidencian de la lectura, pero además nos encontramos
con alusiones a los padres que complementan esta visión patriarcal; en cuanto a
su madre, la protagonista reflexiona sobre el hecho de que ella no tuvo la
valentía de cuestionarse sus propósitos, su madre se entregó a lo que la
tradición decía y tuvo un matrimonio correcto, a pesar de la infidelidad que la
misma protagonista declara haber descubierto en su padre, la madre se mantiene
en el hogar porque la institución familiar en este plano es lo relevante. Por
otro lado, del padre se argumenta que “El hombre de la casa reflejaba los
defectos que en mí eran cuestionables. Vi, como nunca, la enorme viga en los
ojos inquisidores de ese hombre, mientras él se tomaba la gran tarea de ver las
pelusas en los míos (Lagos, 2011: p. 73). La protagonista se refiere a la
enorme viga que pendía de los ojos de su padre, pues ella ha sido testigo de su
infidelidad, sabe que no es perfecto, pero tiene que obedecerlo como a un
inquisidor, es el proveedor de la casa, es el que impone las reglas.
A través de los
párrafos seleccionados hemos ido articulando ciertos acontecimientos que
reflejan las normas dentro de las cuales se desarrolla la protagonista, sus
deseos de juventud de tomar las riendas de su vida han colisionado con el deber
de la familia, sobre todo los hombres, de encausarla, aunque esto signifique
decidir por ella. Así como es consciente de los roles que han tenido que
desarrollar sus padres, incluso su hermano, se da cuenta que esta carga no es
sólo en su propio beneficio, pues “Ser machos, superiores, hogar que sabemos
jamás podrán sostener como hombres solos, por toda esa carga mental que lleva
miles de generaciones arraigadas en los subconscientes” (Lagos, 2011: p. 73). La
protagonista reflexiona en este sentido, presta atención al hecho de que somos
meros actores en la sociedad, representamos los roles que han sido construidos en
tiempos remotos, lo que por supuesto no significa que sean correctos.
Tal como da cuenta
Showalter, las escritoras de la fase de mujer que ella misma clasifica,
comienzan a tratar temas tabúes, a referirse a ellas mismas no sólo atacando
las cosmovisiones masculinas, de acuerdo a esto vemos, por ejemplo, que se
trata el tema del aborto, del sentimiento de culpa que cubre a la protagonista,
pues luego de un segundo intento de la protagonista de construir su propia
vida, vuelve al hogar tras la pérdida del hijo que esperaba producto de un
aborto espontáneo, este hecho viene a marcar definitivamente su arraigo en el
hogar de sus padres, y sus posteriores decisiones, pues siente que la muerte de
su hijo es un castigo a sus decisiones.
Vuelven
a mi mente miles de flash back; mi madre culpando mi arrebato al dejarla, el
niño del vientre hablaba que su misión era salvarme de la culpa que yo sentía
con mis padres, entre razón, delirio, sacrificio me repetía que entendiera lo
que era perder un hijo, seguía susurrando que estaba lista para volver a casa,
la cuenta estaba saldada (Lagos, 2011: p. 95).
Al volver al hogar luego de esta pérdida, la
protagonista se entrega a la depresión, se olvida de sí misma, pues sus culpas
por haber dejado el hogar en esas condiciones fueron pagadas al ocurrirle esa
desgracia, sentía que su mismo hijo le hablaba en sueños para aclararle que él
fue el medio por el cual se redimió frente a sus padres. A todo esto se suma el
nulo apoyo de sus familiares, pues ellos mismos se encargan de aclararle que su
arrebato había provocado tales consecuencias.
Más adelante, la identidad de la protagonista se ve
marcada por el abandono de esta búsqueda de libertad, pues se convierte en la
mujer que todos buscan que sea, se entrega a lo tradicional. Es un ama de casa
abnegada, felizmente casada y con una familia bien constituida, sin embargo, en
su interior se observa que la rutina la carcome, que no es feliz, y
evidentemente sus decisiones no han sido las correctas, pues el relato que era
en primera persona pasa a otra voz omnisciente que menciona que “En casa, la
Bruja mira platos apilados en la cocina, un gato maúlla desconsolado por restos
de sardina en los pocillos, en el patio, un perro insiste que se vayan los
intrusos. ‘Ya no puedo más’ dice una mente que divaga entre el timbre de la
calle y el reloj que anuncia la llegada de los hijos” (Lagos, 2011: p. 126). La
Bruja, como se hace llamar el personaje en las redes sociales que ha
descubierto recientemente, siente internamente que ya no puede aguantar más esa
situación de infelicidad, pero lo que sigue exteriorizando es su actitud de
madre y esposa virtuosa. Luego, al acercarse mediante correos electrónicos a un
hombre que se hace llamar Príncipe, siente que quizás ese no sea su lugar, que
quizás deba darse una segunda oportunidad en la vida, pero lucha contra lo
establecido y contra sus sentimientos, “Ese estado de somnolencia daba a
conocer que la lucha iba a ser intensa entre la ley social y la que la piel de
su corazón decía, ¿cómo podía concederse nuevamente un trecho de pasión sin
dejar de ser lo que era?” (Lagos, 2011: p. 138). María Cristina, la
protagonista, era en primer lugar esposa y madre, había renunciado a tomar las
riendas de su existencia para no arriesgarse a ser castigada nuevamente por la
vida, pero ahora sentía que quizás lo aceptable no era forzosamente lo correcto
para ella.
La protagonista, que se ha entregado a los parámetros
patriarcales de su sociedad, se debate entre lo correcto y lo que desea, por
tanto, nuevamente vuelve a caer en estados depresivos, “La enferma comparte que
la ha derrumbado el cansancio, una lucha la ha desgastado, viviendo entre dos
mundos que la reclaman con evidencias cada vez más notorias y el deseo de comenzar
un nuevo ciclo en la vida” (Lagos, 2011: p. 65). Ahora su vida es una constante
dicotomía, el personaje se ve enfrentado a tomar la decisión de continuar la
estabilidad que le ha entregado una vida que no la satisface o puede buscar un
nuevo rumbo, inestable, pero prometedor.
Ahora, continuando cronológicamente el análisis nos
encontramos ante el desenlace de la historia de María Cristina, pero
narrativamente llegamos al principio del texto; luego de esta aventura vivida y
truncada, la protagonista forma su familia, conoce virtualmente un hombre que
trastoca sus principios, aquellos que ha adoptado luego de sus vivencias, se
debate entre lo que debe y lo que quiere hacer, pero el carácter hermético de
su sociedad es tal, que no es capaz de rebelarse, en realidad no es capaz de tomar
decisiones no tradicionales, esto perjudica su salud física y mental,
No
tiene memoria para alcanzar sus más íntimos propósitos. Siente que se ha
doblegado ante una sociedad que le ha construido una diversidad de papeles. Ya
no quiere ser atenta, simpática, tampoco indefensa, paranoica, no quiere
rendirse a los complejos, siente el dilema de vivir de nuevo, hay una sutileza
femenina que la consiente, pero ella se oculta como una afligida ermitaña (Lagos,
2011: p. 66).
La actitud de la protagonista viene a
reflejar en lo que se ha convertido su identidad de género, como mujer no está
dentro de sus capacidades adoptar una posición respecto a su vida que no sea
del agrado de la sociedad en que se desenvuelve, aunque ello represente su
propia desdicha. Es así, como podemos emitir juicios fundados en torno a la
identidad de género que limita a las mujeres en este territorio, desde la
descripción de las actitudes de los familiares de la protagonista hacia su
primera salida del hogar nos damos cuenta que los valores tradicionales, en
función de leyes masculinas, menosprecian, lógicamente, la existencia de las
mujeres, pues no son entes con capacidad de decisión. Podemos inferir a lo
largo de la lectura, por las ubicaciones y ciudades que se mencionan, que el
viaje que emprende la protagonista lo realiza desde la ciudad de Osorno,
dándonos luces, entonces, a través de la narración de las normas que confluyen
en la formación de la identidad de sujetos femeninos y masculinos en este lugar.
Los hombres, por su parte, desempeñan sus roles llevando una pesada carga que
la misma protagonista reconoce, deben actuar como los hombres que son
imponiendo las reglas a las mujeres de su familia, pero al mismo tiempo gozan
de ciertos beneficios, pueden comportarse bajo su libre albedrío no
necesariamente apegados a las normas morales que ellos mismos imponen, pues
vimos ejemplificada esta situación en la figura del padre de la protagonista y
la infidelidad en la que fue descubierto. Las mujeres, por otro lado, deben
acatar las decisiones del marido, del padre e incluso de los hermanos, tienen
que ceñirse a lo que les corresponde vivir de acuerdo a las normas del lugar
donde nacieron; las que se rebelan ante esta situación son enjuiciadas y castigadas,
de tal manera que la única salida posible es volver a la sujeción de las normas
paternas.
De la lectura del libro Conjuros, vamos a dar cuenta del proceso de construcción de la
identidad de género a través del análisis de prosa y poesía, que se articula en
torno a cuatro voces separadas por elementos paratextuales, pero unidas
semánticamente a través de un hilo temático. Se observa, a raíz de la lectura
de este texto, que la identidad de género de la mujer se construye
cíclicamente, se dan referencias textuales al proceso de crecimiento de la
mujer, a las etapas por las que pasa en su vida, hija, mujer, madre, esposa de
acuerdo a la realidad concreta, sin adornos, pues incluso se observan mujeres
sufrientes, abandonadas, inconclusas en su esencia.
La voz en prosa poética que rodea todo el texto cumple
una función axiológica, enseña metafóricamente cómo debe conducirse la mujer, cómo
debe superar las tempestades, en este sentido advierte, por ejemplo, “No dejes
que el manto púrpura de la muerte te envuelva con temor, combate con amor y
verdad, no te resistas a tus pasiones, vívelas” (Lagos, 2011: p. 172). De esta
forma se abre el entramado textual como se construye el texto, de las exaltadas
pasiones de la juventud, hasta las experiencias de la adultez. Sol Solar, la
voz que firma los textos escritos en prosa, guía el camino de la mujer en su
autoconocimiento, en la búsqueda de su identidad, la acompaña incluso en sus
caídas.
La construcción que realizaremos en el análisis de Conjuros, se centrará en la cimentación
de la identidad de género más que en la extereorización de las voces masculinas
y su forma de dominación. De esta forma, comienza la construcción de la
identidad de género a través del tránsito por las distintas etapas de la vida
de una mujer. En primer lugar, observamos la candidez de los primeros amores,
la búsqueda del ser amado, “Dibujo esperanzas en la Tribu de los Sueños, / la
emoción tiñe de primavera el alma. / Seamos Luna, antojemos estrellas” (Lagos, 2011:
p. 173), nos dice la voz poética en sus versos titulados “Amor celeste”,
dejándonos entrever el candor de su juventud, el comienzo de la búsqueda del
amor, de las primeras sensaciones de mujer dejando atrás la niñez. Sin embargo,
observamos más adelante la desilusión del abandono, en el poema “Te busqué”, la
voz poética cambia la expectativa de la juventud por la decepción, nos señala
“Te busqué en el correo moderno / en el teléfono vacío / en la película del día
/ en las últimas hojas del cuaderno/ No estabas…” (Lagos, 2011: p. 179). Es
así, como la voz poética comienza a marchitarse, a luchar contra lo que antes
buscaba.
De acuerdo a lo que
se espera tradicionalmente de la mujer, se busca que ésta concrete su vida en
un matrimonio, por eso a pesar de las desilusiones de juventud, la búsqueda de
un hombre protector continúa. La mujer se desarrolla en plenitud, aparentemente,
cuando sintetiza su vida en torno a un matrimonio, es por ello que luego del
desencanto de la juventud, la voz poética declara: “En la niebla tomé su
diestra, bebiendo poco a poco su fuerza invencible. Me sedujo entre algodones
robándome un beso amortajado” (Lagos, 2011: p. 189). La voz poética, la mujer,
se entrega nuevamente a la pasión con un hombre, el que cree definitivo y
nuevamente cae, caída que se considera culpa de la mujer, el hombre nunca será
el dañado, el que actúe fuera de las normas, pues de él se aceptan ciertas
licencias poco decorosas sólo por el hecho de ser hombre. Nuevamente la voz
poética canta su desengaño, en el poema “Sumergida” declama: “Quiero traerte a
la orilla, pero un afán arruina esperanzas, quiero el pasado, conjugando el presente…
no estás para sostenerme, no estás para recibirme, no estarás cuando grite” (Lagos,
2011: p. 209). La mujer que sueña, la mujer que se desengaña debe continuar su
vida, cumplir nuevos roles asignados, ser madre, esto es también tratado a
través de la voz poética en los versos de “Hijo”, el sujeto lírico interpela a
su hijo, “Siente cada partícula de amor, así aprenderás que no todo es aire
asoleado en los años mozos. Hoy lloras, mañana reirás de tus debilidades.
Enamórate bastante, quiere demasiado, siente cada milímetro de vida que sostienes,
no te niegues a llorar” (Lagos, 2011: p. 220). La mujer- madre, en esta ocasión
entrega sus vivencias en la crianza de su hijo, el hijo que le trajeron las
desilusiones vuelve a llenarla de esperanza, su identidad de madre se observa
colmada, por ello resume sus experiencias prodigándole nutridos consejos a su
hijo, desea que sea feliz, quizás que no vuelva a repetir las acciones que
cometieron contra ella.
En relación a la maternidad, etapa en que el ciclo de
vida de la mujer se une simbólica y estrechamente con el ciclo natural de la
tierra, se produce el regreso a los
orígenes de esta mujer que fue niña y adolescente, que fue mujer, que se
desilusionó, que fue madre y vuelve al umbral donde todo germina: la Tierra, la
Madre Tierra.
Gran
Madre, de tu endometrio salieron lágrimas por lo que viene, tan falto de amor,
un envoltorio de golpe, sin metáfora, un vuelo interrumpido de manera brusca,
un espacio robado explícitamente, un despojo en segundos, ojos sin respuestas,
pasión para lo que no está escrito, símbolos que sobresaltan las angustias, las
esperanzas rotas del machismo, dar en el clavo sin equivocarse, tensión en los
cristales rotos, en las gotas empañadas de tus pómulos (Lagos, 2011: p. 221).
La mujer vuelve a sus comienzos, a los comienzos de todo
lo conocido, la Madre Tierra que no sólo da vida, sino que también recibe
golpes de sus hijos, de la humanidad que la altera, que se aprovecha de sus frutos;
la voz poética realiza una alegoría de la situación de la mujer en el mundo,
que llora, que es golpeada física y psicológicamente, que es despojada de sí
misma para satisfacer a otros, a los hombres que a raíz del machismo imponen el
camino correcto, pasan por sobre las aspiraciones femeninas. De esta forma, lo
que queda de la mujer, de la representante de la madre tierra, de la mujer
conectada con el cosmos es sólo una febril autodefinición, “Soy vientre
ultrajado cuando domina la fuerza. / Soy tatuaje de hembra, madre, tierra,
viento y aire. / Soy el arcoiris de la sabiduría ancestral” (Lagos, 2011: p. 237).
De acuerdo a los
procesos desprendidos del análisis precedente, observamos ciertas etapas
características del desarrollo del ciclo femenino, por lo que podemos hablar de
la descripción de un territorio un tanto universal, pues en la mayoría de las
cosmovisiones de las diversas sociedades, se observan estos ciclos en la mujer,
la mujer joven, madura, madre, sufrida, la mujer como arquetipo de la Madre
Tierra. De esta forma, la construcción de identidad que desarrollaremos en el
territorio enmarcado implícitamente en este texto, será de carácter global, la
identidad de género tradicional y transversalmente está asociada a mujeres que
se enamoran, se casan y tienen hijos, lo que se evidencia de la lectura de Conjuros es, asimismo, el desencanto, la
desilusión, la maternidad plena y la feminidad truncada a raíz del abandono, la
relación intrínseca de la mujer con el cosmos.
A modo de conclusión podemos derivar del análisis
realizado que sí es posible dar cuenta de una identidad de género relacionada a
un territorio en textos literarios, en este caso en el compendio de Jacqueline
Lagos, Memoria de una cita inconclusa,
pues observamos, en primer lugar, que el modelo seleccionado para el análisis,
tomado de las propuestas de Showalter, es plausible en su aplicación a textos
de este tipo y a conceptos como el de identidad de género, pues nos remite a la
identificación de las voces dominantes masculinas, y las voces dominadas
femeninas, que deben ajustarse a parámetros patriarcales de vida. Por otra
parte, la utilización de este método de análisis nos permitió dar cuenta de la
fase de mujer de la autora, pues se encarga de manifestar la experiencia
femenina en sí misma, sin atacar directamente la cultura patriarcal, pero dando
cuenta de sus falencias a través de los sucesos que le ocurren a las
protagonistas o voces poéticas de sus textos. Además, observamos el manejo de
temas que acusan las sinrazones que en parte justifican el actuar masculino en
desmedro de la mujer, los textos seleccionados dan cuenta de las normas,
tradiciones y reglas que rigen el mundo femenino impuestas remotamente en
épocas con condiciones diferentes de vida, pero que por comodidad para el
género masculino, se siguen practicando sin existir la capacidad real de las
mujeres como género en su totalidad de producir un cambio. El manejo de estos
temas, su tratamiento y denuncia, aunque no sea explícita, sirven como herramienta
de acusación, de concientización para las demás féminas que no han dado el
paso, textos de escritura femenina como éste dan luces de las anomalías en la
configuración de la visión de mundo de un sinnúmero de sociedades, arraigadas
territorialmente en un conjunto de creencias validadas por la práctica.
Asimismo, hemos dado cuenta de tres aspectos relevantes
en la construcción de la identidad de género en torno a un territorio
culturalmente constituido como espacio simbólico de desarrollo de las
comunidades; en primer lugar, a través del análisis de Mis primeros años, evidenciamos la relevancia del factor económico
y cultural en el desarrollo de la identidad de su protagonista, pues la
familia, dependiente de un patrón, se ve obligada a obedecer las normas
impuestas por el abuelo, que considera en primer lugar, antes que sus propios
intereses, los del patrón. Por otra parte, observamos el truncamiento de la
niñez de la protagonista, y su óptimo desarrollo como mujer, pues tras el
abandono de los padres se ve en la obligación de asumir roles tempranos de
madre para con sus hermanos menores. De esta forma, vemos una mujer postergada,
obligada a defender los intereses de un patrón por imposición de su abuelo y a
cuidar a sus hermanos por ser la mayor.
En segundo lugar concluimos, luego de haber analizado Una bruja emplumada en el Tzolkin, que
la imposición de estos valores patriarcales, en desmedro de tomar la iniciativa
de la vida de una mujer, acarrean estados depresivos, infelicidad y dilemas
morales en torno a cumplir con lo acostumbrado en la sociedad, o dar rienda a
los deseos íntimos de felicidad. La mujer debe construir su identidad, en este
caso, en torno a normas impuestas por una tradición ancestral muchas veces
arbitraria.
Posteriormente, en la lectura de Conjuros, lo importante es el ritual, observamos una visión totalizante del ciclo
femenino de vida, pues el apego a estas tradiciones antes mencionadas,
construidas por el varón en desmedro de la mujer, originan no sólo el
desarrollo de la mujer hija, amante o madre, sino que las más de las veces
acarrean desdicha, desilusiones, vejámenes y violencia, no siempre la mujer es
feliz satisfaciendo a los demás, a la sociedad que le dice qué hacer.
Finalmente, debemos mencionar que este análisis deja
abierta la posibilidad de construir o reflejar otros métodos de análisis de las
obras de escritura femenina, pero lo que debemos sacar en limpio es que es
imperioso construir herramientas textuales, que se constituyan como armas de
denuncia de las iniquidades cometidas contra la mujer, pues de ninguna otra
manera esta construcción falogocéntrica del mundo cambiará si no existe un
proceso previo de denuncia, un proceso de delación, de darle voz a las voces
silenciadas, a esas mujeres que por no desarrollar según sus instintos su
esencia, son mujeres inconclusas.
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